martes, 19 de mayo de 2015

La escuela moderna - Los valores en el 2030. Súplica del límite, petición del fin. Alabanza a la gran paloma blanca.

Todo había llegado a su fin cuando empezaron a exponer mierdas en el MoMa, heces grandes y grotescas; cuando la tal Marina Bavichioli se rajó la muñeca con un cúter y luego se bebió su sangre y la escupió al público, gritando: ¡liberación! ¡arte! ¡liberación!
Los artistas abrieron una brecha enorme. Quisieron trascender, innovar. Pero, ¿qué había después de la sangre ardiendo? Nada: había que volver a empezar, iniciar de nuevo el ciclo en donde el hombre pintaba en las paredes y tocaba un tam tam para espantar, o atraer, a los espíritus.
En la educación ha pasado algo parecido. En la actualidad, sacamos a los alumnos de las aulas. Los subimos a los árboles y les hacemos comer hoja fresca. Los pedagogos nos dijeron que había que hacer a los alumnos felices y por eso los profesores nos disfrazamos de abejas o de hadas. Montamos teatros, circos. Jugamos a tener poderes. Los libros recogían polvo, nadie se acordaba ya de ellos porque los libros siempre aburrieron y le quitaron el sueño a más de uno. Por eso hemos decidido crear con ellos los adornos de navidad. Patricia ha creado una estrella gigante, con los libros de ética y francés. Juan ha hecho el belén entero con la República de Platón y con el Discurso del Método de Descartes. Propugnaron una educación en valores. Por eso, ahora, cuando el profesor dice todos los alumnos aparece el policía de la igualdad y se lo lleva a un despacho oscuro, donde le ordenan las ideas. Todo se ha desdoblado. Los sustantivos, los adjetivos, las emociones. Ahora hay médicos y médicas, atletos y atletas, odios y odias, amistades y amistodes. Tenemos Dios y patria. Creemos en una gran paloma blanca mensajera y en un trocito muy pequeño de tierra. Somos universales pero pueblerinos. Europeos pero antieuropeos. Somos científicos pero dogmáticos.  
Hemos suprimido los signos de interrogación en las escuelas. Ya no hay duda, hay certeza. Podríamos decir que hemos avanzado: ahora lo sabemos todo porque no cuestionamos nada. No existe la caverna. Pero tenemos disfraces. Y fantasía. 
Los alumnos ahora dicen al profesor lo que hay que hacer. El otro día, Carlitos me untó de mantequilla los pezones y los demás reían. Lo llaman constructivismo. Yo ya me he acostumbrado, no se sorprenda, prohombre del pasado. Aquí somos felices. Se acabaron las matemáticas y la música. Ya no existe filosofía ni ética. Se da un poco de lengua, claro, de algún modo habrá que dejarse manipular. Ahora hay una asignatura que se llama la Educación de la Paz. Otra se llama la Educación del Bien. Otra, Educación para los ciudadanos iguales. Otra, Educación para el hombre civilizado. Son nombres bellísimos pero yo todavía no sé qué dicen.

Yo era profesor de filosofía. Y ahora mando dibujar a nuestro Dios, la gran paloma blanca. Los alumnos la completan con palabras bellas: amor, alegría, felicidad. Luego salimos todos al patio y cantamos un par de canciones. Yo tengo aún esperanza. Espero que alguien, como aquellos artistas, marque un límite y que, entonces, volvamos al tam tam y a los libros. 

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